Las
personas que mayor mal hacen al mundo, no son los malvados, los
tiranos, los asesinos, los que roban, los avariciosos, los
especuladores, los políticos... Creo que las personas que mayor mal
hacen al mundo son los indiferentes.
Desgraciadamente
asistimos a un mundo que en vez de afrontar los problemas y buscar
soluciones se hace indiferente para no dejarse afectar, no
comprometerse, no posicionarse. Los indiferentes se constituyen como
una plaga cada vez más numerosa que pueden arrastrar gente de todas
las edades y condiciones.
Dicen
que estamos en la era de la comunicación, que ahora desde cualquier
punto del planeta podemos conocer lo que está ocurriendo en el otro
extremo en tiempo real. Televisión, radio, internet, teléfonos
móviles, redes sociales... Nunca estuvimos tan bien comunicados. Sin
embargo nunca estuvimos tan solos y aislados como ahora.
Los
medios de comunicación se han convertido en herramientas de la
frivolidad exentos de solidaridad y compromiso con el ser humano y
nos convierten en espectadores pasivos, intrascendentes ante los
acontecimientos, fabricando una realidad virtual que nos invita a no
dejarnos afectar, a ser indiferentes con lo que ocurre. Nos hemos
convertido en ganado alimentado con el pienso de la indiferencia que
nace, crece, se reproduce ( aunque cada vez menos ) y muere. Nuestra
vivencia se cambia por la mera supervivencia. Nuestros sueños,
nuestras esperanzas se van sin que nos alarmemos por el retrete de la
más absoluta indiferencia.
Los
indiferentes no tienen nada que ganar, tampoco nada que perder. No
esperan nada ni tampoco se espera nada de ellos. No se comprometen
con nada, no arriesgan por nada ni por nadie. El arma que los exime
de todo es la excusa.
Cada
día asistimos con indiferencia a cualquier telediario. Han
conseguido que no nos conmuevan imágenes de miles de personas
hambrientas que mueren en Africa, mujeres y niños explotados en
lúgubres fábricas por renombradas multinacionales, las víctimas de
balas y misiles patrocinados y fabricados por Occidente, abortos,
enfermos, ancianos...Ahora nos conmueve más con quién se ha liado
fulanito, a quién ha abandonado menganita o quién sale o entra esta
semana del armario.
Hemos
elegido la bandera de la indiferencia que no representa a nadie ni a
nada como alternativa a la justicia, a la verdad , a la paz.
La
indiferencia es la metástasis del miedo. Se propaga por nuestro
espíritu y nuestra mente. Sus células matan nuestras creencias,
nuestras emociones, nuestro valor por defender aquellas cosas que
creemos justas y verdaderas.
La
indiferencia es una máscara que esconde nuestro más profundo
egoísmo, que justifica nuestro no compromiso con nadie ni con nada, es un droga que nos aísla del dolor propio y del ajeno, pero que nos consume y
nos vacía por dentro.
La
indiferencia nos hace cómplices silenciosos de las injusticias que
ocurren en nuestro mundo. Vemos que banqueros y especuladores juegan
ahora con el pan de los hambrientos haciendo que alimentos de primera
necesidad suban de precio para engordar aún más sus nutridas
cuentas en cualquier paraíso fiscal mientras que en El Cuerno de
Africa mueren miles de personas diariamente por la más extrema de
las hambrunas (que digo yo que quizá se llame cuerno de Africa
porque nos importe precisamente eso, un cuerno). Asistimos a
enfrentamientos armados en Oriente patrocinados por Estados Unidos y
sus aliados con el único afán de controlar el mercado del petroleo
que justifica acribillar a población civil con misiles y bombardeos.
Pero todo lo justificamos bajo la palabra terrorismo islámico.
Líderes religiosos imparten diariamente sermones y bendiciones, pero
no lo hacen desde la sencillez y la humildad, sino desde púlpitos
blindados y rodeados de una guardia pretoriana de guardaespaldas
armados.
Nos
hemos convertido en “Lázaros” envueltos en nuestras vendas de
indiferencia despidiendo un desagradable olor a muerto. Sí muertos,
porque con nuestra aceptada indiferencia hemos convertido nuestros
sueños en ilusiones inalcanzables sepultadas por nuestra mediocridad
y compostura, hemos asesinado nuestra libertad por una seguridad
acomodada amparada en el dinero, hemos sacrificado nuestra alegría
de vivir por días fotocopiados de monotonía y sinsentido, hemos
dejado de ser para simplemente estar, hemos matado a nuestro actor
para convertirnos en expectador pasivo que ve cómo sus días
pertenecen a un guión escrito por otros.
Pero
no quiero ser pesimista, aún sigo creyendo que todo puede cambiar,
que podemos salir de este gran letargo, que aún queda esperanza de
que podamos oír la voz que nos habla al corazón y nos dice como a
Lázaro: !Sal fuera! Y podremos quitarnos nuestras vendas, esas que
sobre todo nos impiden ver, nos impiden movernos...esas que nos han
convertido en cadáveres de la indiferencia. Pero necesitamos que
alguien o algo retire la losa que nos han puesto en el sepulcro de
nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestra alma para que podamos
salir. Esa losa que se llama indiferencia y cuyo peso es el peso de
nuestro miedo.
Creo
que la única solución, la única esperanza que podemos tener para
que todo esto cambie se llama coraje. Seguramente deberemos de
encontrarlo entre los rescoldos casi apagados de nuestro corazón,
tal vez sólo sea una pequeña luz pero si somos capaces de
rescatarla, de avivarla, podrá renacer el auténtico ser que todos
llevamos dentro y cuyo sentido y cuyo fin no es la indiferencia, sino
la diferencia. Diferencia porque nuestro destino y lo único que da
sentido a nuestra vida es amar y ser amados.
Por
eso, a ti que está leyendo estas letras, si aún te quedan rescoldos
de coraje en tu corazón, quiero retirar la pesada losa de tu
indiferencia, de tu miedo y decirte !Sal fuera! Resucita como Lázaro,
recupera tus sueños, deja las cosas banales y céntrate en las
verdaderamente importantes., porque al final de nuestros días no nos
arrepentiremos de las cosas que hicimos, sino de aquellas que dejamos
de hacer.
EL CHAMAN
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